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23 de Octubre, 2008 · Cultura

¿Y por qué no plantearse no leer en vez de leer?


A Cintia, cuyo abuelo,

 igual que el mío,

 se educó  solo, leyendo.

 

Aun cuando la crisis de la lectura –del acto de leer, del consumo de libros, del libro como objeto dotado de un valor excelso, de la consideración de la lectura como mecanismo fundamental de cultura, difusión de ideas, enseñanza-aprendizaje, fuente de placer, etc.- no es exclusiva de nuestro país, se observa que es justamente en los ámbitos educativos donde sus manifestaciones exhiben rasgos más acusados.

 

Escribe Hugo Perez Navarro

Al repasar lo dicho puede observarse el empleo de expresiones como crisis de la lectura o el problema reviste en la Argentina características especiales.

Lo primero que llama la atención en estas y otras ideas muy afines es que su validez y aceptación universal se dan por sentadas, eximiéndoselas de cualquier discusión. Y que, justamente estas ideas constituyen para las autoridades educativas nacionales y provinciales el fundamento de campañas destinadas a que la gente lea más, tal vez que lea mejor o acaso simplemente que lea. Y en el marco de tales actividades el ministro de educación de la Nación -guiado por su director de marketing- sale a recorrer las playas del veraneo y los estadios de fútbol repartiendo folletos, hiperbólicamente llamados libros-, para felicidad de los muchachos de las tribunas, quienes reciben con gusto insumos ilustres para tirar papelitos.

Lo cierto es que la cuestión de la lectura –o de su supuesta escasez como práctica socialmente generalizada- reviste en la Argentina características especiales que plantean la necesidad de enfoques especiales para abordar su análisis.

Tal vez lo más destacado sea el referido criterio de aceptación y universalidad a priori de una valoración positiva de la lectura como práctica -necesaria, útil, recomendable- sin considerar si tales premisas son válidas en los contextos sobre los que se desea trabajar y sin que se señale explícitamente el sentido y finalidad de la intención de hacer que la sociedad argentina se trasforme toda en una sala de lectura.

De ahí la propuesta de formular un planteo de hipótesis negativa, con la finalidad de colocarse lo más dentro o al menos lo más cerca posible de la cuestión que si se lo considera desde los supuestos niveles de “normalidad”.

Surge entonces la pregunta de inspiración heideggeriana del tipo “¿por qué más bien no plantearse no leer en vez de leer?”

La primera inspección suscitada por semejante pregunta se orienta al contexto sobre el que se pretende trabajar. Como las premisas que describen como crítica a la situación de la lectura se refieren a la sociedad argentina en su conjunto, conviene avanzar sobre ese campo. 

Al abrir los ojos sobre el contexto se observan dos niveles de análisis: uno al que puede llamarse histórico y otro, claramente social.

El primero muestra una modificación radical en los valores de referencia que giran en torno a la lectura.

Es sabido que la lectura como práctica deriva inicialmente de la posibilidad de multiplicar uno de los elementos que constituyen: el material impreso -con el libro como objeto paradigmático- y la alfabetización como posibilitadota del acto de leer.

Es sabido también que después de la explosión de la imprenta, apoyándose en nociones fuertemente instaladas por el humanismo y en el contexto del gradual proceso de urbanización, industrialización y masificación, el libro se integra gradualmente al consumo social, aunque menos como mercancía que como objeto cuyo valor principal reside en las infinitas posibilidades que ofrece a quienes se acercan a él. Este es el marco en el que prácticas reiteradas –acaso exitosas, en cuanto a resultados- devienen en valores que ratifican y afirman tales prácticas, casi como ideologías. Y esto es lo que configura la situación de los campesinos y obreros que aprenden a leer por las suyas o tras un fugaz paso por la escuela, persisten en la lectura y logran ampliar sus posibilidades de inserción social con diversa fortuna.

Durante casi un siglo y medio esta situación –su práctica generalizada, los valores que  implicaba- resultó prácticamente paradigmática e incuestionable convirtiendo al libro en objeto sacro y haciendo de los términos letrado o leído sinónimos de educado o culto.

Hoy, la aceptación de ese esquema de valores en tanto práctica es un santuario que se venera pero no se visita; algo que se está perdiendo, jaqueado por elementos, situaciones y una dinámica socio-cultural que no interesa considerar aquí.

En cuanto al contexto social, pueden considerarse tres campos de análisis posibles: la sociedad en su conjunto, los niños y adolescentes -especialmente los que están en el período de su formación dentro del sistema-, y los que están fuera del sistema. Pero fuera, completamente fuera: marginados, expulsados del círculo de la sociedad por su condición de extrema pobreza y confinados a permanecer fuera de los límites por la presión que el mismo sistema que los expulsó genera, tanto desde la concentración económica, como de la ideología y aun desde las llamadas políticas sociales.

Quienes están integrados y no leen han descubierto que pueden vivir sin leer, que la lectura no es algo que necesiten para hacer sus vidas de todos los días. Lo cual, en sí mismo, no es a priori ni bueno ni malo; no lo es como suceder de todos los días.

Y en esto, quienes estando dentro de los marcos del renuncian a la lectura se hermanan con quienes no acceden a ella por estar fuera del sistema. Porque ni unos ni otros necesitan leer para vivir. Porque sus vidas funcionan sin la lectura y porque la lectura no tiene nada para ofrecerles.

 

Si por un momento intentáramos buscar las causas del abandono de la lectura en las inagotables –aunque circulares- propuestas de los medios de comunicación, especialmente la TV, y de todas las opciones de las telecomunicaciones, encontraríamos afirmaciones de un cinismo singular, tales como “en realidad, considerando la existencia de los “mensajitos” de celulares, los mails, el chateo, la navegación y búsqueda de material en internet, ahora los chicos leen más”. O, más genéricamente, la conclusión podría ser “ahora se lee más”. Y hay quienes lo afirman.

Esto nos lleva a preguntarnos por la lectura, por el acto de leer, puesto que también aquí hay un modelo mental, una idea a priori no definida de lo que ese verbo significa en este marco.  

Solemos tener una actitud intelectual ante los hechos y las cosas que nos lleva a tomar a los hechos y las cosas como simples objetos, asignándoles funciones y colocándolos aquí o allá en el entendimiento de que funcionan de tal o cual manera. Y en todo caso, podemos llegar a pensar cómo funcionan pero no siempre qué es cada cosa o cada hecho. Por eso, la propuesta es reflexionar acerca de qué es la lectura, o más bien acerca de lo que deriva del hecho de leer, según qué se lea y sobre todo cómo se lo lea.

Por otro lado, la lectura no puede estar desligada de las condiciones en las que tiene lugar, porque son esas condiciones las que le dan existencia y sentido. Y un hecho, la promoción de un hecho o una práctica carente de sentido convertirían a esta campaña a favor de la lectura en una vigorosa necedad.

¿Qué es la lectura? Un acto en el que invariablemente se conjugan lo individual y lo social, mediante el reconocimiento por parte de quien lee de un conjunto de signos registrados en algún tipo de soporte.

De los signos posibles nos interesan aquellos que registran palabras mediante un código afín al que se llama escritura.

Se lee lo escrito. Lo escrito por alguien que dice algo en lo que escribe. Porque el que escribe habla por otros medios.

Se dirá que quien habla se comunica. Se dirá que la imagen también comunica. Es cierto.

Pero el que habla se vale de la palabra y la palabra algo más que un medio de comunicación, algo más que un recurso expresivo.

Porque la palabra, el habla, sostiene la posibilidad de pensar. La palabra hace posible el pensamiento. Porque si bien hay instancias de pensamiento pre-verbales, éstas no se sostienen, no adquieren entidad como pensar hasta que se montan sobre las palabras.

La palabra el la cabalgadura del pensar, no sólo porque lo transmite, lo transporta, sino porque lo forma y lo sostiene. Un pensamiento sin palabras es un jinete sin cabalgadura y un jinete sin cabalgadura, por definición, no es.

Tenemos entonces en la palabra, que ahora vemos como palabra escrita, como palabra leída, al pensamiento vivo, en situación de circular y de encarnarse en hechos que hacen la vida.

Tenemos entonces a la lectura como escenario del pensamiento, como escenario de posibilidad de circulación y expansión del pensamiento.

Dice José Pablo Feinmann que Descartes le cortó el cuello a Luis XVI. ¿Cómo? Escribió. Alguien-muchos álguienes- leyó -leyeron-. ¿Qué cosa leyeron?  La obra de Descartes, las ideas de Descartes, en las que se impulsaba a la razón, a la que Kant emparentaría en forma indisoluble con la libertad; todo ello devino en algún momento en doctrina política, luego en acción política y como la realeza se opone a la Razón y a la Libertad el rey pierde la real  cabeza.

Y las ideas que circulan en los libros, promueven otras ideas que llevan a la acción.

¿Para qué sirve leer entonces?    

Primero, no es necesario que sirva para nada. Basta con que tenga un sentido.

¿Y cuál es, entonces, el sentido de la lectura?    

Hay uno fundamental: conserva, difunde, expande y multiplica la palabra.

Y la palabra es el núcleo constitutivo de lo humano, puesto que la palabra, como lenguaje, es la posibilidad que tiene el hombre de encontrarse en los otros. La palabra –el lenguaje- socializa, humaniza la realidad y así humaniza doblemente al hombre.

A partir de ahí, de la palabra, de la constitución del pensar, de la circulación de las ideas, del reconocimiento de los iguales, se constituye la posibilidad de mirar al mundo con nuevos ojos.

¿Y eso para qué sirve?

En una realidad violentamente inclinada al dominio de la imagen como forma de comunicación y a la emoción como canal de contacto con uno mismo y con los otros, están estallando cada vez más las posibilidades del diálogo.

La emoción es parte insustituible de lo humano. Pero cuando se la coloca en lugar de la razón, se mueren las posibilidades del diálogo. Porque los juicios fundados en las emociones no tienen límite ni sentido. La subjetividad de las emociones cercenan la posibilidad de un nosotros que no integra a quienes están fuera del marco de mis emociones.

Estos hechos suelen pasarnos inadvertidos puesto que circulan en todos los medios masivos, en forma de verdades absolutas.

Frente a ellas sólo queda la posibilidad de la palabra, portadora, cabalgadura del pensamiento crítico. Y es el pensamiento crítico, orientado a la construcción de una sociedad con lugar para todos, lo que nos habrá de permitir la subsistencia y la proyección hacia esa sociedad, cuyo carácter utópico reside sólo en la inacción derivada de la falta de crítica.

¿Por qué no plantearse no leer en vez de leer? Porque hay que hablar, porque tenemos que pensar. Porque aunque no hay más Luis XVI, nada impide que tengamos alguna sospecha al respecto. Habría que pensarlo.

 

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publicado por hpn a las 18:21 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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