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24 de Abril, 2010 · Cultura

Pequeños ídolos de la "clase media" argentina


Pequeño Aguinis Ilustrado
Primera parte

Por Gustavo Porcel*

En el momento de elegir candidato para la galería de "Caretas y veletas", Marcos Aguinis no figuraba al tope de nuestra lista . Si bien la percepción de que "amaga como progre" pero "remata por derecha" estaba siempre presente, la verdad es que (cambiando la metáfora futbolera por la baraja) nos parecía un "cuatro de copas". Sin embargo, como parte de la búsqueda simultánea de información sobre personajes variopintos, la de Aguinis resultó mucho más "intensa" de lo esperado. Ordenando el material en distintos ejes organizadores -muchos previsibles, otros insospechados-, pronto advertimos que había algunos que resultaban emblemáticos a la hora de poner en evidencia las posiciones conservadoras y reaccionarias de Aguinis y su alineamiento militante con el pensamiento hegemónico con pretensiones de único. Y tomando su posición frente a la dictadura militar como el eje más representativo, pensamos que por sus implicancias merecía un énfasis especial. Esa es la razón por la cual esta nota tendrá una segunda parte, tan necesaria como reveladora. Dicho esto, comencemos.


Con Marcos Aguinis pasó algo curioso. Circuló durante años como "progresista", sin que nadie acertara a explicar bien por qué. La reiteración de una idea tan  vaga como simplificadora -  "es un tipo piola" - se fue convirtiendo en un juicio inapelable. Tanto, que aparecer como posible candidato a vicepresidente de López Murphy no alcanzó para contradecirlo. Todo lo contrario: frente a un candidato conservador hasta el fastidio, Aguinis representaría - desde una lógica absurda pero eficaz - el toque progre de la fórmula.

Una breve digresión
Estas simplificaciones suelen convertir, con excesiva frecuencia, a actores, músicos, deportistas o escritores en referentes políticos. Se trata de un "desplazamiento" que se practica, muchas veces, sin más reparo que la difusión de frases, consignas o solidaridades "políticamente correctas", sin advertir que la línea que separa la oportunidad del oportunismo suele ser tenue y delgada. Las prácticas y los compromisos concretos, entre tanto, quedan relegados a un discreto segundo plano. Esto ha sembrado de frustraciones y desengaños al campo popular. El cuestionamiento de María Elena Walsh a la carpa docente (apelando al "sentido común" de la derecha para fustigar a CTERA por izquierda) o el apoyo, no por liviano y maquillado menos reaccionario, con el que la Negra Sosa pretendió legitimar a Mauricio Macri desde el progresismo (sin entrar en consideraciones sobre el individualismo de feria que motivó un apoyo  tan estúpido como inoportuno) son ejemplos de estas "desilusiones" y de los riesgos de asignar "al voleo" ciertas mediaciones.

Digámoslo de una vez: la idea de un Aguinis progresista nos parece una zoncera en el sentido más jauretcheano del término. Intentaremos explicar porqué.

Confusiones y confundidores

Aguinis es un escritor de ficción muy talentoso (La Gesta del Marrano, su mejor obra, es sin duda memorable); es también un mediocre ensayista y un conferencista espantoso. Pero no nos convocan sus dotes artísticas, sino su aporte permanente a la confusión política llamando, desde su pretendido lugar de "progre", a votar por el conservadurismo más reaccionario.

Otra breve digresión 
El término "progresismo" está muy lejos de constituir una categoría analítica. Apenas si podemos computarle a su favor algún valor "operativo" para aglutinar un heterogéneo conjunto de identidades políticas y sociales que, admitámoslo, suelen estar más unidos por el espanto que por el amor (también habría que reconocer que, en la Argentina de hoy, esto no es poco).
Su uso más frecuente es como adjetivo; y aquí es donde más fácilmente se advierten sus insuficiencias. Porque cuando se califica a algo o a alguien de "progresista", no se lo historiza, no se lo pone en contexto. "Progresista" lo dice todo, que es la mejor manera de no decir nada. Progresista es James Petras; progresista es George Clooney; progresista es… ¡Magdalena Ruiz Guiñazú! (la referencia al campo nacional y popular pone algunas cosas más en su lugar, dándoles contexto histórico y social, situando el análisis en una clave diferente, quizás políticamente más "incorrecta", sin duda más incómoda; pero ese es otro debate). Sin embargo, aún con límites borrosos, con criterios de inclusión ambiguos y con una identidad de conjunto imprecisa y contradictoria, el "progresismo" expresa un espacio al que - reiterémoslo hasta el cansancio - Aguinis no pertenece.

Como la costurerita que dio el mal paso, a Aguinis también lo encandilaron las luces del centro. Pero a no confundirse, porque no es el "trocén" el que deslumbra a nuestro Marcos: como fiel exponente del establishment cultural, en él también campea esa indisimulable admiración por el centro del mundo, esa mirada miope incapaz de advertir que su ramplona apelación a "lo universal" encierra una metáfora del sometimiento cultural: quizás, el más duro de todos los sometimientos; seguro, el más eficaz.

Por eso, desde un razonamiento cómodamente colonial (¡qué magnífica expresión de Jauretche!), Aguinis nos dice: "Es otra oportunidad, como la que tuvo la Argentina en el pasado, en especial durante la Segunda Guerra Mundial. Pero claro, ocurre que los argentinos hemos adquirido una gran habilidad para dejar pasar oportunidades o para echarlas a perder (…) Si se va a producir una migración de activos, de inversiones, -por supuesto es poco pensable que esto vaya a ocurrir en Medio Oriente, o en Africa o Asia Central o en Europa Oriental-, Argentina podría ser uno de esos grandes puertos muy atractivos". Y remata: "Pero para que eso suceda, nosotros los argentinos, tenemos que hacer algo. De nosotros los argentinos depende cómo nos van a ver, cómo nos van a apreciar".

¿Qué decir? Obviemos los errores diagnósticos sobre los lugares a los que el capital financiero derivaría sus inversiones (sin ir más lejos, EE.UU. está buscando socios para invertir unos manguitos - 55.000 millones de dólares, para ser más exactos - para "reconstruir" Irak). Lo que más impresiona de estas palabras, dichas durante una conferencia en el 2001, es la imposibilidad de pensar alguna alternativa de desarrollo que no pase por ser un "puerto atractivo" para capitales que, hasta ahora, sólo han mostrado una mayoritaria vocación por la inversión financiera improductiva y la fuga de divisas. Como todo pensamiento colonizado, es incapaz de decodificar lo universal en otra clave que no sea la inferioridad nativa (lo que Jauretche llamaba una "zoncera autodenigratoria"). Por eso, la preocupación final por "cómo nos van a ver" es de tilingo; la de "cómo nos van a apreciar" es de mayordomo. ¡Da náuseas!

El racismo "hedonista" de Aguinis: una cuestión de buen gusto

En la misma conferencia, Aguinis se solaza con algunas de las virtudes que tenemos -a su entender- los argentinos. Entre ellas: el hedonismo. Sí, leyó bien. Vamos por partes. "Por otro lado, los argentinos somos un pueblo hedonista. (...) El hedonismo bien entendido, que es la capacidad del disfrute, de la buena mesa, del buen vino, del buen espectáculo, de la buena ropa, de la calidad de vida, no puede ser criticado. (...) Nos gusta a nosotros vestir bien, comer bien, ver un buen espectáculo, tener una buena calidad de vida. Nos gusta viajar, enterarnos de cosas".
Estos párrafos son tan frívolos, tan de tilingo y bonvivant, que dan vergüenza ajena. Reflejan una lectura sociológica de cotillón, más propia de Lita de Lázzari y Susana Giménez que de un intelectual (aún en los términos que la superestructura cultural del establishment entiende por intelectual). Pero, atención, porque ahora viene lo mejor. Dice Aguinis: "Y evidentemente tenemos además una población que es bella. Las argentinas y los argentinos somos seres humanos bellos, comparados con otras partes del mundo, la mayor parte de los argentinos son elegantes, tienen buena presencia, tienen buenos hábitos. (...) Hay que saber qué ofrecer para que esa capacidad del gusto y del refinamiento encuentre sus satisfacciones". (en negrita nuestro). ¡Cuánta pelotudez toda junta! Para Aguinis, la Argentina no termina en la General Paz sino... ¡en Juncal y Rodríguez Peña! Ya me imagino a "la 12" cantando a voz en cuello en la Bombonera: "Para ser buen argentino / dos cosas hay que mostrar / una camisa de Giesso / y un traje de James Smart"

El racismo "clásico" de Aguinis: una cuestión de cretinismo

Intentando ilustrarnos sobre el que es, a su juicio, uno de los peores males de algunas sociedades (o sectores de ellas), "hacerse las víctimas", Aguinis no encuentra nada mejor que acudir a un ejemplo ya clásico del racismo: ¡los negros! Sí, volvió a leer bien. Con motivo de un viaje por EE.UU., nos comenta que tuvo oportunidad de conocer un movimiento organizado por la comunidad negra solicitando reparaciones económicas para los descendientes de los esclavos. Más allá de la opinión que merezca la iniciativa, es interesante seguir el hilo de los argumentos - y el tono - de Aguinis sobre el particular: "¿Cómo se sale del clima de mayor delincuencia, de mayor atraso, de menor imaginación en el campo de los negocios, que tiene paralizada a la comunidad negra y que la mantiene atrasada, cuando hay todas las oportunidades abiertas para que ella pueda mejorar?. Hay sectores de la comunidad que apuestan a mantenerse en el rol de víctima".

Continúa luego con una suerte de explicación pseudopsicoanalítica digna de "Utilísima", y nos explica: "Entonces, ese rol de víctima que le hace de alguna forma disfrutar de manera masoquista su pasado, le bloquea la capacidad de modificar su presente y su futuro". ¡Bucay no lo hubiera dicho mejor!

Y finaliza su desaguisado: "Esas reparaciones no van a ser útiles para la comunidad negra si los mismos dirigentes negros, si la misma comunidad negra no decide cuál es su propia responsabilidad para salir de la parálisis del atraso en que está sumida esa comunidad en comparación con otras comunidades de los Estados Unidos". A esta altura, ya no sé que calificativo elegir, si canalla o ignorante. (ya sé: ¡canalla ignorante!).

Apostillas con humor... negro
Cuando Martin Luther King aceptó su nombramiento como pastor en la Iglesia Baptista de Denver Avenue en Montgomery, Alabama, debe haberse puesto a meditar sobre el siguiente dilema: ¿qué será mejor? ¿sacar provecho de las innumerables ventajas que le otorgaba su condición de negro? ¿o hacerse la víctima? (está visto que eligió esto último). También es probable que cuando la Corte Suprema de los EE.UU. prohibió, ese mismo año (1954), la educación pública segregacionista que existía en los estados del sur, no haya tomado en cuenta que con esa medida otorgaba a los negros una ventaja intolerable, habida cuenta de "todas las oportunidades abiertas para mejorar" que ellos tenían. ¿No advertían los magistrados que así les "bloqueaban la capacidad de modificar su presente y su futuro"? ¿Y cuándo en 1955 King dirigió un boicot a una compañía de transporte público en Montgomery a raíz del arresto de una mujer negra que se negó a pararse para dejarle el asiento a un hombre blanco? ¡Qué provocación! ¿Cómo no van a tener estos negros indisciplinados un "clima de mayor delincuencia"? ¡Bien merecido tuvo King su arresto y el destrozo de su casa! Pero, otra vez, los jueces liberales (que no habían podido aún leer a Aguinis) volvieron a hacer de las suyas: en 1956, el Tribunal Supremo prohibió la segregación en el transporte público. ¿Pero es que no ven que así les estimulan su "disfrute masoquista"?

Sigamos un poco más con este negro revoltoso. Al parecer, King no se había percatado que la "parálisis" y el "atraso" de la comunidad negra de los EE.UU. era exclusiva responsabilidad… ¡de los negros! Sólo así se puede explicar que insistiera con pretensiones estrafalarias como la de aquella multitudinaria campaña por los derechos civiles en Birmingham (Alabama) en 1963, para lograr el censo de los votantes negros (¡encima quieren votar!), acabar con la segregación y conseguir mejoras en la educación y la vivienda en los estados del sur. Obviamente, semejante falta de autocrítica por parte de los "dirigentes negros", no podía desembocar en otra cosa que en la "Marcha hacia Washington", donde el 28 de agosto de 1963, King pronunció su ya famosa frase: "Yo tengo un sueño" ("I have a dream"). Aunque seguro que la frase quedó mal registrada, y lo que dijo en realidad fue: "Yo tengo sueño", porque... todos sabemos lo vagos que son los negros, y como les gusta hacerse las víctimas. ¿El Ku Klux Klan? ¡Por favor! ¡Propaganda negra y comunista!

Dejemos de lado el humor… un rato nada más…

El 4 de abril de 1968 Martin Luther King fue asesinado en los prolegómenos de otra marcha, esta vez no sólo con la comunidad negra sino con otros sectores que confluirían, en una convocatoria multitudinaria, en la "Marcha de los pobres" contra... ¡la guerra en Vietnam!

Ahora bien: si un pacifista como Martín Luther King -que recogió críticas en diversos sectores de su propia comunidad por lo que consideraban una actitud "blanda" o poco firme- no mereció ni el tiempo ni las ganas de Aguinis para atenuar sus comentarios de racista ignorante... ¡imagino lo que queda para un dirigente como Malcolm X, que rehusaba limitar la lucha por la liberación de los negros a las reglas exigidas por sus opresores!

"Siempre que andes detrás de algo que sea tuyo, tienes el derecho legal a reclamarlo. Y el que haga cualquier intento de privarte de lo que es tuyo está violentando la ley y es un criminal". ¿Les parece que es el pensamiento de alguien que pretende hacerse la víctima? Creo, sinceramente, que el amigo Aguinis "zafa" porque sus columnas en el diario de los Mitre no llegan al Bronx ni a Harlem; de lo contrario, en su próximo viaje al "gran país del Norte", tendría que dar algunas incómodas explicaciones.
 
Quien le contestó, sin saberlo, fue Fidel en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia (Durban, Sudáfrica, 1ro de septiembre del 2001):

"El racismo, la discriminación racial y la xenofobia constituyen un fenómeno social, cultural y político. No un instinto natural de los seres humanos: son hijos directos de las guerras, las conquistas militares, la esclavización y la explotación individual y colectiva de los más débiles por los más poderosos, a lo largo de la historia de las sociedades humanas".

(…) "Lo real e irrebatible es que decenas de millones de africanos fueron capturados, vendidos como mercancía y enviados al otro lado del Atlántico para trabajar como esclavos y que 70 millones de aborígenes indios murieron en el hemisferio occidental como consecuencia de la conquista y la colonización europeas".

(…) "Tras la abolición meramente formal de la esclavitud, los afro norteamericanos fueron sometidos durante otros cien años a la más cruel discriminación racial, muchos de cuyos rasgos y consecuencias han permanecido hasta hoy durante casi cuatro décadas adicionales, después de sus heroicas luchas y los avances alcanzados en los años 60, que costaron la vida a Martin Luter King, Malcom X y otros destacados luchadores".

De todas maneras, no creo que nuestro amigo Marcos cambie de parecer. Como dice Jauretche: "Es que la "intelligentzia", cuando se somete a la función a que está sometida, tiene la misma psicología que el mucamo de casa rica".

La causa palestina y el muro de la alegría

Que la obsecuencia de Aguinis con el unilateralismo norteamericano no tiene límites ni pudor es, a esta altura, una obviedad. Tanto, que hace palidecer de envidia al mismísimo Carlos Escudé, afamado Director de la "Escuela de Política Internacional para Señoras Gordas".

En la mencionada conferencia del 2001, nos explica lo siguiente: "Porque esta situación de amenaza terrorista internacional está dividiendo al planeta en dos sectores: el sector de los países donde funcionan las democracias y el sector de los países donde no funcionan las democracias, que son justamente los países donde se alimentan los grupos terroristas". ¿Les suena? Convengamos que, a partir de semejante definición, uno podría deducir que el primer estado terrorista es... ¡EE.UU.!

Más adelante agrega: "Hace tiempo se había dicho que nunca una guerra importante se ha producido entre dos democracias. Las guerras importantes fueron porque una de las partes no eran democráticas, como el caso de la última guerra mundial". Esta visión de los soldados yanquis como "guerreros de la libertad y la democracia" es, no sólo poco rigurosa en términos de análisis histórico-político, sino bastante irrespetuosa con la inteligencia de su ocasional auditorio; parece una versión de la guerra contada por el Sargento Sanders y la CNN (eso sí, con censura, ¡que para eso tenemos democracia en América!).

Sin embargo, en el tema palestino, Aguinis lo corre por derecha al mismísimo Bush. En un artículo publicado en La Nación nos dice: "El actual salvavidas de plomo en el que insisten muchos periodistas e intelectuales consiste en culpar del conflicto a la insoportable ocupación israelí, al muro de división y a los asentamientos. Centrarse ciegamente en esos puntos impide entender que la ocupación ya podría haber desaparecido y que desaparecerá apenas se llegue a un acuerdo de paz. Ese acuerdo se demora sólo por culpa de los atentados terroristas". En la acepción de "terrorista" ¿estará incluyendo también a las acciones del ejército israelí? Quizás, por ser un ejército regular que actúa en nombre del Estado, no le cabe esa definición (algunos soldados y aviadores israelíes, objetores de conciencia ante el horror del que han sido protagonistas, piensan distinto; la mayoría de la comunidad internacional, a través de los múltiples votos de censura en las Naciones Unidas, también).

Pero la perlita es la opinión de Aguinis sobre el muro de Sharon (que ha merecido reproches de los más variados tonos, incluyendo también muchos sectores democráticos israelíes). Dice Aguinis: "En cuanto al muro, ¿no se trata de algo lamentable y maravilloso a la vez? Lamentable porque hubo que erigirlo para proteger a los civiles de las incursiones terroristas. Y maravilloso porque es la mejor prueba de que Israel no es un Estado expansionista, sino que se está poniendo límite: no irá más allá de ese muro. Se debería bailar de alegría".
Las comparaciones son tan obvias, las evocaciones tan brutales, que no merece mayor comentario.

Aguinis y los intelectuales "independientes"

En un acto de campaña de Recrear en Rosario, Aguinnis dijo sin sonrojarse: "soy un intelectual independiente que votará a López Murphy".

El problema es que la "independencia" de Aguinis tiene un sesgo más que curioso. En el acto de Rosario, su candidato venía de un encuentro con  el PDP y el eterno diputado nacional Alberto Natale, un conspicuo procesista en los años de la dictadura. En el cierre de campaña en Tucumán, Aguinis acompañó a López Murphy a una caminata con Pablo Walter, un senador de Bussi que tres semanas antes se había pasado a Recrear sin renunciar a su banca. En el festejo del cumpleaños número 51 del candidato (donde Aguinis le hará un regalo del que hablaremos más adelante), el sesgo es el mismo: se brindó con champán por el nacimiento del Movimiento Federal, una confederación de partidos de derecha y provinciales (muchos de ellos procesistas), cuyos votos López Murphy esperaba cosechar.
Como puede verse, ¡todo muy independiente!

Pero dediquémosle unos pocos párrafos a esta cuestión de la independencia en los intelectuales, de la que Aguinis tanto se ufana.
Comencemos con una definición: la condición de intelectual independiente es, en la práctica, una ficción. Lo sepa o no, lo admita o no, el intelectual se encuentra siempre en estrecho vínculo con algún grupo social cuyos valores expresa (Aguinis es un ejemplo maravilloso). Vínculo que es particularmente intenso cuando de los dueños del poder se trata (Aguinis, de nuevo). No es necesario que ese intelectual provenga de tal o cual sector: "su función - dirá Gramsci - está por encima de su origen social".
Por lo tanto, cuando un intelectual se juzga a sí mismo autónomo o independiente de las luchas y las pasiones de la política, aparecen de inmediato tres posibilidades:

  • Que el fulano sea consciente de su impostura. Es decir, que estemos ante un farsante.
  • Que crea honestamente en su presunta autonomía. Aquí se abren, a su vez, dos alternativas: cierto grado de entumecimiento de la reflexión crítica que le impide advertir la pérdida de contexto histórico y social, o una posibilidad no por sencilla menos contundente: el tipo es un auténtico pelotudo.
  • Que en verdad se trate de un intelectual independiente. Pero en el pecado está la penitencia: esta ausencia de vínculo orgánico - otra vez Gramsci dixit - lo vuelve desdeñable, calificando de pequeños caprichos intelectuales a las ideologías que produce.

Un regalo que "ilumina"

Hemos dejado casi para el final un hecho aparentemente anecdótico. Eran los tiempos en los que López Murphy fatigaba distritos y tribunas en busca de los votos de la derecha. Todavía no había empezado a disputar votos por izquierda entre aquellos sectores no autoritarios de la sociedad que podían brindarle apoyo electoral; por lo tanto, con ese desapego de la derecha por la memoria histórica, anunciaba el crecimiento que mostraba en las encuestas ("amigas") con una provocación: "nos estamos acercando a tambor batiente y paso redoblado". En uno de esos actos, precisamente en el que comenzó a circular su nombre como posible compañero de fórmula, Aguinis le obsequió un regalo al circunspecto y castrense candidato.

Más allá del gesto - que lo pone más cerca del maestro ciruela que del tan mentado apoyo independiente -, el regalo elegido por Aguinis tiene la relevancia de un símbolo: un ejemplar… ¡de la Constitución de 1826!

Vamos a partir de una aclaración previa: el lugar desde el cual miramos, entendemos y explicamos el pasado, es el presente. Convengamos que a esta altura de la soirée, esto es una verdad de Perogrullo. Muchos ya lo explicaron antes; y mejor. Pero entonces, ¿puede caber alguna duda que al buscar su regalo "en el pasado", nuestro amigo Marcos sabía muy bien que era el presente lo que estaba en juego?; ¿no resulta fácil descubrir el valor simbólico que esa particular mirada sobre el ayer adquiere en la afirmación de sus convicciones de hoy?

Pero intentemos avanzar un poco en la relación entre aquella expresión del desvarío rivadaviano y algunos rasgos de la derecha autóctona que Aguinis - y López Murphy - intentan Recrear para nosotros.

Mayo representó siempre, en nuestra historia, una palabra prismática. Pero entre sus innumerables reflejos, hay uno en particular que reúne múltiples consensos (juicios de valor aparte): Mayo es la Razón Iluminista. Una apuesta extraordinaria para los hombres de Mayo hubiera sido que la protección de las artesanías e industrias provinciales dejara de ser un fenómeno secundario, casi involuntario del monopolio español y la mirada cortoplacista de los comerciantes de Cádiz, y se transformara en "políticas activas" (para usar una expresión más contemporánea), acercando las provincias a la revolución y facilitando su integración al desafío más estratégico: la construcción de la Nación. Pero sabemos que otra fue, sin embargo, la historia. Y otro, muy distinto, su resultado: la implantación del librecambio (bajo la atenta e inspirada mirada de Lord Ponsomby) y la invasión, en son de guerra, a las provincias.

Bernardino Rivadavia fue, que duda cabe, un fiel exponente del iluminismo. Para esta lógica de pensamiento, las mayorías populares nunca son sujetos de la historia. Porque la Razón Iluminista trasciende la historia. Por eso, don Bernardino impuso su Constitución a contramano de la realidad. Por eso, también, eligió el despotismo ilustrado en vez de la política (Agüero, su ministro de gobierno, lo definió en forma más rústica pero sincera: "la organización a palos").

Sin embargo, hay quienes todavía tienen prurito en impugnar el Iluminismo Rivadaviano. Quedar pegados a la defensa del orden colonial o convertirse en enemigos del progreso son los temores más frecuentes. Claro que, para desnudar la falta de sentido histórico de don Bernardino y sus compinches, no hace falta asumirse como bárbaro; alcanza con compartir, civilizadamente, la mirada historicista de… ¡Alberdi!
Recurramos a José P. Feinmann:

"Alberdi aconsejaba a sus amigos: "Es ya tiempo de que la nueva generación (…) sin ser ingrata a los servicios que debe a sus predecesores, rompa altivamente toda solidaridad con sus faltas y extravíos". Y era terminante en la formulación de sus cargos: "nuestra historia constitucional no es más que una continua serie de imitaciones forzadas, y nuestras instituciones, una eterna y lenta amalgama de cosas heterogéneas". ¿Dónde radicaba la causa de esta ineficiencia absoluta?
Rivadavia, discípulo de Condorcet, admirador de Bentham, había padecido agudamente (…) los vicios del iluminismo: una ciega confianza en el poder de la razón y en su aptitud para dar una organización racional a la sociedad humana. Coriolano Alberini enfoca el tema con acierto: "Esta razón está por encima de la historia, y ésta es un proceso que por sí mismo no constituye necesariamente un progreso. La historia puede ser muy bien un mero repertorio de injusticias y supersticiones, no obstante tal o cual episodio luminoso. Infiérese, por tanto, que el "iluminismo" considera que la historia debe ser hija de la razón humana, suprema creadora de ideales. Semejante tesis implica admitir la virtud del poder omnímodo legiferante. La historia es lo que el hombre racional quiere que sea. Punto de vista semejante debía terminar en dos políticas: despotismo ilustrado o revolución". Las dos fueron empleadas por el unitarismo: hicieron la revolución en mayo de 1810 y desde entonces ejercieron el despotismo ilustrado. La máxima expresión de esta segunda política fue la Constitución rivadaviana del 26, Constitución a-priori, dictada sin tener en cuenta las reales necesidades del país. Alberdi no dejó de condenarla: "No debiera extrañar que las masas incultas cobraran ojeriza contra la civilización de la que no habían merecido sino un trato cáustico y hostil".
(...) El cargo que Alberdi formula a la generación rivadaviana es, en resumen, el de su carencia de sentido histórico. Esa ciega razón iluminista, tan poco sensible al lenguaje de los hechos, estaba condenada a trabajar en el vacío: he aquí la causa que hundió en el fracaso sus experimentos constitucionales".

Octosílabo final

Alguien que nos habla de trapisondas; que es un conservador vergonzante y un elitista confeso; que tiene sobre nuestra historia pasada la mirada del Billiken (y la del State Department sobre la reciente); que se propone integrar una fórmula con un tipo que se engomina hasta el bigote y parece un coronel de caballería (peor aún, que piensa como tal), merece un final desacartonado.

Por eso, pensamos en un octosílabo que, desde el humor, pusiera las cosas un poco más en su lugar. No fue casual la elección del estilo: en octosílabos fue escrito el Martín Fierro, texto militante (igual que el Facundo) al que los amigos liberales de Aguinis escamotearon su valor político reduciéndolo sólo a su valor literario. Aguinis ni siquiera eso: retoma, en aquella conferencia del 2001 ya aludida, la visión anacrónica del gaucho vago y malentretenido (Sarmiento y Mitre de acuerdo) que, para colmo, se convertirá en cabecita y... para horror de bellos y elegantes… ¡en un descamisado! Se cerraría así, como en un círculo borgeano (esta vez sin ironía), el catálogo de responsabilidades para no pocas de nuestras desgracias y calamidades nacionales (ahora el que está de acuerdo es Sebrelli, otro "progre" que se las trae). Ya lo sabíamos (porque nos lo enseñó Aguinis): ni el gaucho ni los descamisados serán, jamás, gente bella.

Vaya, entonces, nuestro amistoso y octosílabo epitafio:


                                   Aquí descansa el artista
                                   de la prosa deslumbrante.
                                   Más de ideario tan menguante,
                                   sólo cáscara resulta.
                                   Una cáscara que oculta...
                                   ¡del gorila, la pelambre!


* Médico. Artículo publicado en La esquina del Sur. Link en este blog.

Una aclaración necesaria
Como su título lo anticipa, esta nota tendrá una segunda parte. No es una cuestión de diseño ni de redacción, sino de énfasis.

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